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Los ‘marines’ enviados por Trump se despliegan ya por California en plena escalada de tensión entre istraciones

Las tropas movilizadas por el Gobierno federal sin que el Estado lo pidiera llegan a Los Ángeles tras cuatro días de protestas

Un guardia nacional vigila afuera del Edificio Federal Ronald Reagan, este martes en Santa Ana, California.
Luis Pablo Beauregard

El despliegue de militares intensifica un pulso inédito entre el Gobierno de Estados Unidos, en manos del republicano Donald Trump, y de California, el Estado más poblado del país y de clara tendencia demócrata. Cerca de 700 marines llegaron este martes a Los Ángeles para reforzar la presencia de tropas en la ciudad, que acumula cuatro días de manifestaciones contra las políticas migratorias de Trump. El presidente ha elevado su retórica contra las autoridades locales, que argumentan que los miles de guardias nacionales enviados no son requeridos ni necesarios. El republicano respondió a estas quejas con el traslado de otros dos millares de soldados reservistas para dar un paso más en el proceso de militarización de la segunda ciudad más poblada del país.

Cerca de 5.000 militares —unos 700 marines y 4.000 guardias nacionales— ocuparán las calles de California en los próximos días. Es excepcional que un grupo de marines, uno de los cuerpos de infantería de las Fuerzas Armadas, hayan sido trasladados a una ciudad sin solicitud de las autoridades de California ni de Los Ángeles, ambas istraciones en manos demócratas. El republicano Trump tuvo que invocar poderes presidenciales reservados para emergencias para reforzar la vigilancia en el marco de protestas mayoritariamente pacíficas. El último presidente que lo hizo fue Lyndon B. Johnson en 1965, cuando envió militares para evitar disturbios racistas en Selma, en el Estado de Alabama.

El Comando del Norte ha confirmado la mañana de este martes la llegada de los 700 marines a Los Ángeles. Estos salieron la noche del lunes desde su base militar, ubicada en la localidad californiana de Twentynine Palms, al este de la ciudad, en el desierto de Mojave. Las autoridades militares, sin embargo, han evitado mencionar la ubicación específica donde estarán destacados. El Gobierno de Trump había señalado antes que los refuerzos se requerían para proteger a los agentes federales de las autoridades migratorias, el ICE, y a quienes los acompañan en los operativos de detenciones de indocumentados.

Los militares arriban a una ciudad que vivió su cuarta jornada de manifestaciones. La protesta del lunes, no obstante, fue mucho menos concurrida que la del domingo. Varios grupos comenzaron a marchar desde varios puntos del centro y convergieron en el Centro Cívico, un conjunto de edificios istrativos alrededor del Ayuntamiento de Los Ángeles. Algunos de estos están custodiados por decenas de efectivos de la Guardia Nacional.

Pete Hegseth, secretario de Defensa de Trump, ha asegurado este martes que el despliegue de los miles de guardias nacionales tendrá un coste de 134 millones de dólares, que se irán en alojamiento y alimento de los uniformados. Hasta el momento, solo han llegado a Los Ángeles 1.700 de las 2.000 tropas ordenadas por Trump el sábado. Algunos ni siquiera han llegado a la ciudad, sino a Santa Ana, una localidad del condado de Orange a 50 kilómetros al sur del centro angelino. Estarán en California al menos dos meses.

Una manifestante frente a una línea de la Guardia Nacional de California durante las protestas en el centro de Los Ángeles, el 9 de junio.

Soldados hacinados y durmiendo en el suelo

El gobernador de California, Gavin Newsom, que lleva dos días cargando contra el gabinete de Trump por una decisión que, según asegura, “pisotea” la soberanía del Estado, incidió en la falta de planificación de la maniobra. El diario San Francisco Chronicle publicó el lunes imágenes exclusivas de los primeros guardias nacionales que llegaron a Los Ángeles. En ellas se podía ver a soldados durmiendo en el suelo y hacinados en un mismo espacio. “Enviaron a las tropas sin combustible, sin agua, comida o un sitio para dormir. Si alguien está faltando el respeto a nuestras tropas, eres tú, Donald Trump”, escribió Newsom.

El mandatario asegura que los guardias movilizados son los mismos que brindaron ayuda a Pacific Palisades y Altadena, dos comunidades destruidas por los incendios de comienzos de este año. Además, estaban desplegados para combatir otras prioridades de la istración Trump, como la seguridad en la frontera con México. “Los estamos retirando de grupos como los de la lucha contra el fentanilo para esta teatral muestra de rudeza por parte de un presidente que está desquiciado”, aseguró Newsom.

El gobernador presentó este martes en los tribunales una orden de emergencia para frenar la militarización de Los Ángeles. “Trump está utilizando esta fuerza en contra de ciudadanos estadounidenses. Los jueces deben frenar inmediatamente estas acciones ilegales”, recalcó Newsom en las redes sociales. El juez de distrito Charles Breyer se negó a emitir una decisión inmediata y fijó una audiencia para este jueves.

Jim McDonnell, el jefe de la policía angelina, la fuerza que se ha hecho cargo de momento de la dispersión de las manifestaciones, criticó el lunes la presencia de los militares. “Su llegada representa un significativo reto para aquellos que debemos de salvaguardar el orden en esta ciudad”, aseguró McDonnell.

La presencia varios grupos policiales se hizo más evidente de domingo a lunes. Son el federal Departamento de Seguridad Interior, la California Highway Patrol (policía estatal), la oficina del Sheriff del condado y agentes locales. Decenas de patrullas y elementos con porras y escudos impedían el avance de los manifestantes a la autopista 101, una importante vía de comunicación que fue ocupada el fin de semana. Cuando los ánimos se calentaban, los manifestantes gritaban “peaceful protest, peaceful protest” (protesta pacífica). Aun así, algunos agentes de la policía angelina dispararon balas de goma y lanzaron granadas aturdidoras.

Las escaramuzas del lunes fueron más breves que las del domingo. Durante la tarde, unas cuatro horas después de que los manifestantes llegaran al centro, los agentes decretaron a través de sus megáfonos que esa reunión era “ilegal”. Los altavoces rugían la orden de abandonar el área en cinco minutos o arriesgarse a ser arrestado. Por la noche, un periodista de la cadena CNN fue detenido durante unos minutos.

Las fuerzas del orden expulsaron a los manifestantes del Centro Cívico. Por la noche se registraron algunos actos vandálicos. Algunos provocadores destruyeron una camioneta de la cadena Telemundo y tuvo lugar el saqueo de algunos pequeños comercios de la zona y de la tienda Apple que se encuentra en el centro. Las autoridades realizaron varios arrestos, pero no han dicho cuántos exactamente ni qué cargos encaran los detenidos.

La alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, lleva varios días rogando a los manifestantes que actúen sin violencia en las movilizaciones. “No se dejen llevar por el caos provocado por Trump. Se trata de defender a las comunidades migrantes, no de destruir la ciudad”, aseguró la política demócrata el lunes. El centro amaneció este martes lleno de pintadas de grafiti, cristales rotos y piedras por los suelos.

La tensión ha comenzado a esparcirse a otros puntos de California. San Francisco sumó el lunes una nueva marcha multitudinaria, un día después de que las autoridades locales detuvieran a 150 personas el domingo por disturbios. En el condado de Orange, al sur de Los Ángeles, un bastión republicano en el progresista sur de California, los latinos salieron a las calles para manifestarse en contra del Gobierno de Donald Trump. Allí han aparecido guardias nacionales este martes. El clima social sigue calentándose en plena militarización del Estado más poblado del país.

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Sobre la firma

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.
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