500 metros cuadrados con vistas a Central Park: el fastuoso apartamento en el que Jackie Kennedy pasó sus últimos años
El arquitecto Rosario Candela diseñó edificios tan cómodos y lujosos que familias ricas como la de la viuda de Kennedy no dudaron en cambiar sus mansiones por una vida con vecinos

Una de las anécdotas sobre Jackie Kennedy que siguen contándose en Nueva York tiene que ver con el Templo de Dendur: durante mucho tiempo, este edificio egipcio de más de dos mil años fue la lamparita de su mesilla de noche.
Tal y como suelen explicar los guías del MET al llegar a esta parte del museo, fue ella quien en su etapa de primera dama lo escogió como regalo de Egipto a Estados Unidos por la ayuda para salvar el patrimonio afectado por la presa de Asuán, y puesto que su piso de la Quinta Avenida daba a la sala acristalada donde fue instalado, solamente tenía que asomarse a la ventana de su dormitorio para verlo iluminado.

Pero había y hay muchas otras razones para envidiar la guarida de Jackie además de por estas vistas al Antiguo Egipto. Con los años, cada vez se le da más valor al hecho de que al igual que el resto del 1040 Fifth Avenue se trate de uno de los apartamentos que diseñó Rosario Candela, un arquitecto esencial en la historia de Nueva York al que, sin embargo, solo en los últimos tiempos se ha dado todo el crédito que merece. Él fue, para empezar, uno de los principales responsables de que las vistas de pájaro sobre Central Park se convirtiesen en uno de los bienes más preciados para la élite neoyorquina, porque los edificios que diseñó entre los años veinte y treinta eran tan cómodos y lujosos que pronto familias ricas como la de Jackie Kennedy no dudaron en cambiar sus mansiones por una vida con vecinos.

“La arquitectura de Rosario Candela coincidió con los años en los que Nueva York estaba pasando de vivir en casas unifamiliares a bloques de apartamentos”, explica por email el diseñador David Netto, autor del reciente libro Rosario Candela & The New York Apartment. “La elegancia con la que él planificó los suyos, la gracia con la que lograba que al entrar en un salón la vista se dirigiera a los ventanales o a una chimenea, hicieron que al dar ese mismo paso las familias de la clase alta no vieran el cambio como una renuncia a su estilo de vida”.
El diseñador menciona por ejemplo el caso de Consuelo Vanderbilt, miembro de esta conocida saga de magnates del ferrocarril, quien si bien creció en el Petit Chateau del nº 660 de la Quinta Avenida (una de las mansiones más espléndidas del Nueva York de la Gilded Age) y podría haberse permitido vivir en cualquier lado, acabó prefiriendo los apartamentos de Candela. Tras residir un tiempo en uno de sus dúplex, esta rica heredera se mudó a un piso del 1 Sutton Place South, otro de los edificios diseñados por el arquitecto, donde vivió hasta su muerte en 1964 (poco después se mudó allí Patricia Kennedy Lawford, la hermana de JFK).

También Jackie Kennedy había experimentado ya las comodidades de los apartamentos de Rosario Candela cuando, un año después del asesinato de su marido el 22 de noviembre de 1963, decidió abandonar Washington D.C. y regresar al Nueva York de su infancia. Su abuelo materno, James T. Lee, fue el promotor del que está considerado uno los edificios más notables del arquitecto, el 740 Park Avenue, y había sido en un piso de este bloque donde la primera dama había pasado sus primeros años de vida.
Inaugurado en 1930, su apartamento del 1040 Fifth Avenue le permitió volver a rodearse de algunos de los elementos más característicos de los edificios de Candela. Con una superficie de unos 500 metros cuadrados, el piso ocupa la totalidad de la planta 15ª del edificio y en la época de Jackie contaba con: un ala para el servicio; cinco dormitorios principales con su baño y vestidor cada uno; cocina y despensa; un comedor; tres chimeneas; galería, pasillo, hall y vestíbulo; una biblioteca y un salón. El espacio más espectacular es la terraza con vistas a Central Park, situada al pie de una de esos zigurats de áticos y azoteas tan típicos de los edificios de Candela y que, según explica David Netto a ICON Design, fue lo que le dio al skyline de Manhattan ese aire romántico como de castillos flotantes y cascadas de pisos sin el que Nueva York no habría sido la misma ciudad.
Jackie Kennedy se lo compró por unos 200.000 dólares (lo que sería un poco más de dos millones de euros al cambio actual), al político republicano Lowell Weicker. Tras el asesinato de su marido y su consecuente salida de la Casa Blanca, se había mudado con sus dos hijos a la Newton D. Baker House, una histórica mansión del barrio de Georgetown en Washington D.C, pero la continua presencia de iradores apostados en la entrada hizo que cambiara de idea y decidiera poner esos quince pisos de distancia entre la gente y su intimidad.

En Nueva York, la propiedad horizontal le dio una tranquilidad a medias. Netto cuenta en su libro cómo, por ejemplo, una noche que dos de sus vecinos, los padres del ahora senador Sheldon Whitehouse, daban una cena, el portero tuvo un lapsus y al oír ese apellido (la “Casa Blanca”) mandó a algunos de los invitados al apartamento de Jackie, quien salió a abrirles con una rebequita y los pies descalzos. Pero el verdadero incordio fue la persecución de los paparazzi, en particular Ron Galella, quien acabó condenado a siete años de cárcel por doce quebrantamientos de su orden de alejamiento: suya es, entre otras, la famosa fotografía de Jackie que consiguió tomarle tras llamar su atención con un bocinazo del taxi en el que la seguía y lograr que mirara a cámara.
Por lo visto, pintar acuarelas de Central Park en la mesa de dibujo que tenía instalada en el salón de estar fue uno de los consuelos de Jackie en su nuevo apartamento. Aficionada a la arquitectura y el diseño, también disfrutó mucho decorándolo, aunque tal y como relataba un artículo que le dedicó Vanity Fair al año siguiente de su muerte a sus amigos e invitados siempre les resultó un poco misteriosa la larga lista de decoradores (entre ellos Albert Hadley, Harrison Cultra, Vincent Fourcade, Georgina Fairholme, Mark Hampton y Richard Keith Langham, pero hubo algunos más) que fue contratando a lo largo de los años para asistirla, porque el aspecto del piso varió bastante poco y se mantuvo impertérrito a todas esas modas que hicieron de los años setenta, ochenta y noventa una de las eras más agitadas de la historia del interiorismo.

“Era el apartamento de alguien que viene de una familia antigua. No un lugar de exposición lleno de mármol como las casas de toda esa gente nueva”, declaró a esa revista Carolina Herrera, una de las amigas de Jackie Kennedy que la visitó en la casa.
Esa vieja familia eran los Bouvier, el apellido de soltera de Jackie, y honrando su origen francés (su tatarabuelo fue un ebanista de Pont-Saint-Esprit que luchó en las guerras napoleónicas) muchos de los muebles de su piso tenían esa misma procedencia. Destacaban, por ejemplo, una pareja de butacas Luis XVI que habían pertenecido a Thomas Jefferson (y que pocos años antes Jackie ya había elegido para decorar la Casa Blanca) y una mesa Luis XV que le había prestado una de sus confidentes, la paisajista Bunny Mellon, quien también le regaló la cama con baldaquino, y unas cortinas de John Fowler con un dibujo inspirado en las Tullerías, de su dormitorio.

El toque bohemio de la casa lo ponían los estampados con motivos africanos de Design Works of Bedford-Stuyvesants, un programa auspiciado por Jackie para estimular la economía de este barrio de Brooklyn a través del diseño de telas; y objetos hechos por sus hijos, como el jarrón que fabricó John John con una botella de Coca-cola y conchas recogidas en la playa.
En la mayoría de habitaciones había retratos ecuestres, tantos como en una tienda insignia de Ralph Lauren (a Jackie le encantaba montar); pilas de libros (durante sus últimos años trabajó de editora), y antigüedades y souvenirs procedentes de sus viajes (porcelanas chinas; rosarios de cristal y ojos turcos que se traía de las vacaciones griegas con su segundo marido, el armador Aristoteles Onassis; y algunos obsequios de las autoridades de Egipto por su ayuda a este país).

Todo ello se esfumó del apartamento tras la muerte de su dueña, el 19 de mayo de 1994, y con la desaparición de Jackie y sus cosas ese último eslabón entre Candela y los Bouvier se rompió. El piso fue vendido por 9,5 millones de dólares al empresario estadounidense David Koch, quien si bien acabó triplicando esa cifra al venderlo en 2006 siempre lamentó haber desperdiciado tres años de su vida y su dinero redecorándolo. “Si hubiera sabido por cuanto se iban a vender las posesiones de Jackie en Sotheby’s habría comprado la casa amueblada”, comentaba en 1998 este empresario en un artículo del New York Times sobre la fiesta con la que había inaugurado el apartamento: el invitado estrella de la velada había sido nada más y menos que George Bush.
En efecto, la subasta de la colección de muebles, arte y antigüedades de Jackie que celebró Sotheby’s a los dos años de su muerte fue histórica. Y no solo por los precios que se alcanzaron, sino porque la exposición de los distintos lotes fue una de las sensaciones de la ciudad aquel año. Según la crónica del New York Times, los afortunados que habían ganado una entrada con la compra de uno de los 75.000 ejemplares del catálogo acudieron a la sede neoyorquina de Sotheby’s desde lugares tan remotos como Hong Kong y aguardaron en largas colas su turno para entrar a la exposición, donde se recrearon algunos de los espacios del apartamento de Jackie en 1040 Fifth Avenue. Por una vez, la gente pudo penetrar en el secreto de esa esfinge que fue siempre la viuda de Kennedy.

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