El Campo de Gibraltar saluda una nueva etapa sin fronteras entre la cautela y el escepticismo
Trabajadores transfronterizos, gibraltareños y autoridades locales reciben el acuerdo con una alegría contenida a la espera de conocer sus detalles

“Bueno, me lo creeré porque me lo dice un periodista, pero no contaba mucho con ello”. Elisa Moya, trabajadora transfronteriza en Gibraltar, era tan escéptica con el acuerdo entre el Reino Unido y España que ahora hasta vacila en creérselo. La empleada, de 52 años, acaba de salir del hotel en el que trabaja desde hace apenas un mes y se topa con la noticia nada más atravesar esa frontera que el apretón de manos de este miércoles promete hacer desaparecer. Le gusta como suena la música, pero quiere conocer la letra. En su caso, la estrofa en la que debe hablar “qué pasará con las pensiones de los trabajadores transfronterizos en España”. “No me planteo que este sea mi trabajo para siempre; justo por eso, si el acuerdo las garantiza, lo vería de otra forma”, avanza la española, antes de perderse por la avenida que conecta el paso fronterizo con La Línea de la Concepción.
El acuerdo ha llegado tres años y ocho meses después de que comenzaran las negociaciones que debían resolver el atolladero al que el Brexit de 2016 arrojaba a Gibraltar y la comarca española que la circunda. Y como suele ocurrir con todo lo que depende de una dura negociación y se hace tanto de esperar, el optimismo en la zona es raro, cauteloso, casi frío. O como el alcalde de La Línea, Juan Franco, lo ha definido: “Optimismo relativo”. “La información por ahora es una nota de prensa, no he visto nada más. Estamos a la espera de una reunión con el ministro”, apuntaba el regidor en conversación con EL PAÍS, antes de entrar en una rueda de prensa. “Hemos estado al borde del precipicio (…). Era una cuestión de vida o muerte”, asegura el primer edil, que ha anunciado que el viernes está convocado a una reunión con José Manuel Albares, “el quinto [ministro de Exteriores] desde el Brexit”, a quien da las gracias por su implicación: “Es para estar contentos por perder una frontera”.

El anuncio del acuerdo, realizado de forma simultánea por España, el Reino Unido y Gibraltar pilló a buena parte de los 15.000 trabajadores transfronterizos —10.600 españoles, según datos del Gobierno gibraltareño— saliendo de su jornada laboral. Y, aunque más de uno se sorprendiera, en la zona no era totalmente desconocido que el final feliz estaba cerca. El runrún comenzó hace casi un mes e incluso se apuntaba la posibilidad de que fuese a final de mayo. Fue la cantinela que le llegó a Manuel Triano, secretario comarcal de Comisiones Obreras, que la mañana del miércoles se despertó con la tensión de que la reunión de alto nivel anunciada en Bruselas podría acabar bien. “Cuando me he enterado de que había acuerdo no he podido evitar emocionarme mucho. Lo contrario hubiese sido una ruina para la comarca y Gibraltar. Es un día histórico”, acierta a valorar el sindicalista.
La exhortación más repetida este miércoles por la tarde en la zona era la de apelar a unos detalles aún desconocidos. Franco enumera algunos de esos “flecos”: “De facto, la ciudad pasa a tener un aeropuerto por la desaparición de los controles fronterizos en la actual frontera, pero qué va a pasar con las cuestiones ambientales, fiscales… Me preocupa que la vivienda ahora se me dispare de precio. Acabo de aprobar un PGOU que contemplaba una frontera que ahora no va a existir”. En definitiva es el refrán del que tira la gibraltareña Ana Ferro, de 76 años, para valorar el acuerdo: “El diablo se esconde en los detalles”. La mujer prefiere no ahondar más, hasta no escuchar la comparecencia del Gobierno de Gibraltar, anunciada para la noche.
Las llanitas Joana —“a secas, por favor”—, su peluquera y su cuñada, que directamente piden anonimato, sí que se meten un poco más en harina. “Suena bien, lo más importante es que la frontera va a desaparecer”, apunta Joana. Pero la esteticista le replica: “Pero se habla de que habrá policía española en el aeropuerto, no sé si eso gustará a más de uno”. Ese tema, el de la presencia de estos agentes enconó las negociaciones durante meses. Ahora revive como un fantasma materializado del que no rehúye el propio Gobierno gibraltareño que, horas después, inició una frenética publicación de comunicados oficiales para defender lo acordado. “Representa una solución equilibrada, pragmática y mutuamente respetuosa (…). El acuerdo no compromete, ni comprometerá en modo alguno la soberanía británica sobre Gibraltar (…). No disminuye la jurisdicción de Gibraltar. No reduce nuestro control”, afirmaba uno de los textos.

Es justo lo que muchos de los congregados en Convent Place parecían querer escuchar. El día histórico para Gibraltar y su entorno pilló a Ferro celebrando un cóctel por el cumpleaños del rey Carlos III de Inglaterra. En la plaza que da al antiguo convento, hoy sede del gobernador, los señores encorbatados y las señoras con traje de cóctel hacían pequeños corrillos para esperar a entrar. El monotema era más que evidente. “Era muy necesario para ambas partes, para poder convivir. No tener acuerdo hubiese sido muy malo. En este tiempo, hemos dudado, pero ya todo es distinto”, acertaba a valorar Frank Carreras, funcionario gibraltareño jubilado y uno de los invitados a la fiesta.
Abajo, en la frontera, la tarde tenía apariencia de normalidad, si no fuese por la nube de periodistas y cámaras que se ha ido congregando en la acera de enfrente. Pero bastaba con pegar la oreja para descubrir que ya nada parecía lo mismo. Las conversaciones de los policías y guardias civiles que custodiaban el paso fronterizo iban y venían con el acuerdo. “¿Pero será libre circulación total? A saber…” acertaba a comentar un agente a su compañero. “Y nosotros, entonces, ¿dónde vamos?”, se preguntaba otro apostado en la salida a otro colega. “Habrá que echarle una lectura con detenimiento al texto, una vez esté. Pero por ahora toca saludarnos a todos los que defendimos este acuerdo porque es un día para recordar”, apuntaba Triano con la voz emocionada.
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