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Una evolución natural de la crueldad

A veces no sobrevive solo el animal mejor adaptado, sino el que se aprovecha mejor de sus congéneres con comportamientos sádicos

Teoría de la evolución

La teoría de la evolución de Darwin y Wallace hizo que nos familiarizáramos con conceptos, a veces mal entendidos, como la supervivencia de los mejor adaptados (que no de los más fuertes), la competencia entre especies o la presión de selección. Estas ideas, aplicadas de forma interesada a la sociedad humana, llevaron a conceptos como el darwinismo social, desarrollado por Francis Galton, primo de Charles Darwin, que han dado lugar a ideas falsas como la presunta superioridad de algunas razas, o a realidades terribles como las leyes eugenésicas que estuvieron en vigor en muchos países, y no solo en la Alemania del Tercer Reich. Richard Dawkins y su teoría del gen egoísta no pintaba un panorama mejor cuando decía que lo importante en la evolución no es propiamente la supervivencia del individuo o de la especie, sino la persistencia de su material genético contenido en el ADN.

Gracias a la ecología y al trabajo de biólogas como Lynn Margulis sabemos que las relaciones en un ecosistema son mucho más complejas de lo que Darwin y Wallace conocían, y que a veces las especies que sobreviven no son las que mejor compiten, sino las que mejor colaboran. Las relaciones simbióticas, donde dos especies diferentes obtienen beneficio mutuo, son muy frecuentes y pueden ser las que determinen la supervivencia de una especie, y además, hoy sabemos que han tenido un papel determinante en la evolución. Por ejemplo, en todas nuestras células tenemos un orgánulo llamado mitocondria, que originalmente era una bacteria independiente que estableció una relación simbiótica con una célula hace millones de años. Si hoy podemos comer es gracias a que en las raíces de muchas plantas hay una simbiosis entre bacterias u hongos que le aporta nitrógeno o fosfato a las plantas y estas, a su vez, azúcar a los microorganismos. Por lo tanto, a veces la evolución también tiene una cara amable y cuenta grandes historias de cooperación entre especies.

Que el panorama sea mucho más complejo de lo que se pensaba en su principio y que haya algo más además de la supervivencia del mejor adaptado no quita que la crueldad (según los parámetros humanos) siga existiendo. Las relaciones parásitas, donde un organismo saca beneficio a costa de otro, produciéndole un perjuicio o incluso la muerte, son muy frecuentes, pero es que a veces pueden ser refinadamente crueles…

Dentro de los pájaros existen los llamados parásitos de puesta, que se desentienden por completo de sus crías y mediante diferentes artimañas consiguen que otras especies se hagan cargo de ellas. Este comportamiento parece que supone una ventaja evolutiva puesto que ha surgido independientemente en siete linajes diferentes de pájaros no relacionados entre sí. Cada especie o linaje utiliza diferentes estrategias para usurpar nidos ajenos. De todas ellas, el caso del pájaro indicador es bastante espeluznante. Su víctima preferida es el abejaruco chico. Cuando una hembra de indicador descubre un nido, incuba su huevo durante un día para asegurarse que eclosione antes de los del abejaruco, y luego lo pone al lado de los huevos de sus víctimas. Una vez sale del cascarón el bebé indicador espera a que rompan el cascarón sus hermanos adoptivos y utilizando su pico largo y fino empieza a pincharlos y a morderlos uno a uno hasta que mueren desangrados en un proceso que puede durar hasta siete horas. Con esto el pollo de indicador se asegura el estatus de hijo único y que captará todos los recursos de sus padres adoptivos. Los cucos utilizan otra estrategia. Una vez eclosionan empujan los huevos de los hermanos adoptivos que todavía no han acabado el periodo de incubación fuera del nido, utilizando para ello una hendidura que el pollo del cuco tiene en su espalda que sirve para empujar los huevos fuera del nido. Por lo menos la muerte es más rápida.

En otros linajes de pájaros parásitos encontramos madres que parecen sacadas de una película de terror. Que un ave sea parásita no quiere decir que se desentienda del todo de sus polluelos. El tordo hembra destruye los huevos del nido antes de poner el propio y luego se queda merodeando. Si los padres parasitados descubren el engaño y expulsan el huevo ajeno, seguirá destruyendo todos sus huevos hasta que acepten el suyo. En la naturaleza no todo es competencia y supervivencia del más fuerte, pero hay pájaros que no se han enterado y siguen comportándose como matones de patio de colegio.

Una relación interesada

— El pájaro indicador, como muchas malas personas, es cruel con sus iguales, pero pelota con sus superiores. Debe su nombre científico (Indicator indicator) a una curiosa relación que ha desarrollado con diferentes grupos de población africanos. Etnias como los hadzas han desarrollado una llamada especial para estos pájaros, y estos tienen una llamada especial para los humanos que usan para avisar del emplazamiento de panales de miel silvestre. Los humanos ahúman estos nidos y recolectan la miel, y luego los pájaros se dan un festín con la cera, las larvas y los restos del panal. Una simbiosis en toda regla hecha por uno de los parásitos más crueles.

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